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Artículo y Fotos: Laura García Higueras - 15 de Septiembre de 2014 Comenta esta noticia
Después de 16 intensos días de baloncesto ha llegado el momento de decir adiós al Mundial 2014. Durante este tiempo, España se ha convertido en punto de mira de todos los amantes de este deporte. Probablemente, desde aquí, muchos esperábamos esa final España - Estados Unidos que tristemente no pudo ser. Pero no por ello podemos cerrar los ojos a lo que ha sido una competición de ensueño y que tanto espectáculo nos ha brindado. Ya no sólo por la estratosférica selección norteamericana que con este suma ya su quinto título, sino que desde la fase preliminar, los distintos países nos han regalado lo mejor de sí mismos.
Serbia se hizo con un más que merecido segundo puesto, mientras que la medalla de bronce quedó en manos de Francia. La representación española en el podio ha quedado reducida a la, no por ello menos valiosa, elección de Pau Gasol como miembro del Quinteto Ideal. Teodosic, Batum, Faried e Irving, que además fue nombrado MVP, completan el citado grupo de jugadores que tanto han tenido que ver en que este Mundial haya merecido tanto la pena.
No obstante, lo mejor de los Campeonatos del Mundo suele ir más allá de los meros resultados, y es que un Mundial es mucho más que una medalla de oro, plata o bronce. Un Mundial consigue reunir las banderas de los 24 países participantes en un mismo techo de un pabellón para ser testigos presenciales de cada uno de los partidos. Además, logra aunar personas provenientes de culturas tan diferentes pero que, durante los 40 minutos que duran los encuentros, se convierten en una sola. Da igual el idioma en el que se anime, porque un grito de apoyo hace el mismo ruido en todas las lenguas. Y mejor aún, la acción por la que por antonomasia todos celebramos el triunfo de los nuestros, desde la más sencilla entrada a canasta, a la más espectacular asistencia pasando por el robo más “pillo” o la defensa más intensa; es el aplauso. Sí, ese fenómeno que nos permite juntar las manos repetidamente con fuerza para crear un sonido que no entiende de traductores ni de fronteras. El aplauso nos convierte a todos en iguales; en iguales amantes del baloncesto.
Por ello son tan bonitos los deportes de equipo, por ello es tan bonito que cada equipo lleve una equipación con unos colores determinados y por ello es tan bonito que los jugadores se la pongan sabiendo que salen a la cancha a representarla y a defenderla. No hay mejor ejemplo para los más pequeños que ver como sus ídolos se dejan la piel por los suyos, a la vez que dan la mano a los rivales con la misma fuerza y el mismo respeto ya se haya ganado o perdido.
El Mundial acaba pero el baloncesto sigue. Ojalá existieran más momentos en el año en que tantos países pudieran compartir tanto en tan poco tiempo, y de esta forma tan deportivamente sana y enriquecedora. Pero claro, para poder soñar a lo grande, hace falta empezar por lo pequeño. Que el sueño del Baloncesto Colegial sea nuestro primer movimiento.
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